jueves, 29 de marzo de 2007

De la vida y la muerte...

De pequeño intentaba hacerme una imagen de mi mismo al pasar los años, muchos años, más de los que podía imaginar que necesitase una vida para ser vivida.
Uno de los primeros recuerdos que tengo de mi niñez en los que intentaba imaginar mi futuro es una imagen clara en la que me veía conduciendo un descapotable por una carretera sinuosa que bordeaba la costa sobre unos acantilados en un luminoso día de verano, acompañado de una rubia preciosa que con su melena al viento sonreía conmigo disfrutando la sensación de libertad y la belleza del paisaje, sin más preocupaciones que pudiesen enturbiar ese momento idílico. Eso era para mí ser mayor, estaba seguramente influido por las películas de Annette Funnicello y Frankie Avalon con su ambiente playero y despreocupado de ligues de verano, solía pasarme los sábados por la tarde y domingos en un cine que regentaba un primo bastante mayor que yo, por aquel entonces. Tendría unos cinco o seis años cuando murió un empleado de mis padres, alguien cuyo nombre o cara ya no puedo recordar pero sé que era alguien querido por mí. Había ido con mis padres al velorio que se celebraba en la casa del difunto según la costumbre local. En el salón de la casa especialmente decorado para la ocasión con candelabros a los lados del ataúd y unos pesados cortinajes de terciopelo púrpura cerrando el decorado al fondo, se sentaban rodeando las otras paredes de la estancia, los familiares y amigos más cercanos rezando el rosario. Me acerqué al ataúd y vi la cara de aquel hombre, eso todavía lo puedo recordar, me llamaron la atención unos tapones de algodón que sobresalían de sus fosas nasales. Pensé cómo podría respirar con aquello puesto y por primera vez me di cuenta que ya no respiraba: que estaba muerto. ¿Cómo podía ser aquello posible?, yo me sentía tan lleno de vida que la idea de la muerte iba mucho más allá de mi comprensión, mi primera reacción fue pensar que entonces yo era inmortal, yo no me moriría nunca. Así pasaron varios días en los que yo debí seguir dándole vueltas a la cabeza con aquella idea siniestra y compleja, demasiado confusa para poder ser resuelta. Me imaginaba haciéndome viejo y no podía comprender qué pasaría con mis padres, con mi hermano, con todas aquellas personas que formaban mi entorno más inmediato. ¿Acaso me vería algún día sólo en el mundo habiendo pervivido a todos mis seres queridos? La respuesta era más terrible a la propia idea de la muerte así que debí seguir algún tiempo con esa preocupación hasta que se fue diluyendo en la atención que me procuraban otros descubrimientos cotidianos.
Algún tiempo después nos habíamos mudado a un apartamento en el centro de la ciudad. En aquel edificio vivía una señora italiana, viuda desde hacía muchos años según recuerdo haber oído a mis padres en alguna ocasión que comentaban sobre la situación de esta mujer, sola, alejada de todos sus recuerdos en un país extraño. A pesar de llevar viviendo muchos años en el país, aún hablaba una mezcla extraña de idiomas que no se preocupaba en mejorar dado que todo el mundo parecía entender lo que intentaba decir. La veía pasar caminando despacio, con la mirada perdida en sus recuerdos, ajena a todo lo que le rodeaba y acompañada siempre por un pestilente cocker que era su única compañía. Aquella imagen me producía una cierta incomodidad, me atemorizaba la idea de llegar a esa edad olvidado de todas las personas con las que hubiese compartido un pasado común. Sin embargo había una especie de presentimiento que me decía que efectivamente este iba a ser mi futuro...
Puede que este primer post pueda dar una imagen de mí un tanto gótica, siniestra o qué sé yo qué se me podría pensar por un escrito semejante, me da igual. Aquí, al igual que cada persona por sus motivos personales, daré rienda suelta a pensamientos que se van quedando en el tintero, que nunca te atreves a decir o quizás sí, pero como si nunca hubiera sido dicho, cosas que necesitas decir una y otra vez para terminar de creértelas tú mismo y poder asimilarlas. No me voy a preocupar, cosa que siempre me ocurre, de mantener un cierto estilo de escritura, ya que al preocuparme de estas cosas termino con todos los escritos en la papelera y no va a ser este el caso.