martes, 5 de junio de 2007

Cita con el cardiólogo


Me desperté angustiado al darme cuenta que me había quedado dormido. Después de cinco meses esperando esta cita con el cardiólogo, tras haber sufrido el infarto y el cateterismo de urgencia, por fin podría hablar con el médico y escuchar ávido sus indicaciones para llevar una vida que me evitase los posibles inconvenientes de haber sufrido este episodio y me había quedado dormido. La noche anterior había intentado repasar todas las dudas y síntomas que había sentido en estos meses lo cual me produjo un estado de vigilia que no logré controlar hasta las 3 de la madrugada y ahora me veía a punto de perder la cita para poder responder a todas estas preguntas.
Sabía que había incumplido alguna de las indicaciones que en un papel escrito se me entregó en el momento del alta. Sigo fumando entre 5 y 10 pitillos diarios, lejos de los 20 hasta 40 que solían ser lo habitual según tuviese el día pero sin lograr el objetivo de eliminar por completo este hábito. Pensaba preguntar al especialista por algún programa de ayuda a la deshabituación del tabaco pues nadie antes, ni mi médico de cabecera ni el especialista del VIH habían sabido decirme nada. Tampoco había cumplido estrictamente los paseos diarios de una hora, aún así intentaba caminar algo todos los días, soportando a menudo el intenso dolor en las piernas apenas empezaba a caminar. Esto era algo que quería comentarle al médico pues ya lo había sufrido mi padre y pensaba que pudiese tener alguna relación con el infarto. Según lo leído en Internet y por lo que sabía de cuando mi padre había sufrido esto, es lo que se conoce como “síndrome de claudicación de las extremidades inferiores”, recuerdo que le habían hecho un cateterismo específico en las extremidades inferiores, le habían prescrito algún medicamento y las indicaciones de caminar en plano a diario sin hacer esfuerzos. Por lo demás había cumplido con la dieta y el tratamiento a cabalidad.
Ni siquiera tuve tiempo a ducharme o desayunar. Salí de casa a toda velocidad sabiendo que muy probablemente me encontraría con el atasco típico de todas las mañanas en la entrada de la ciudad, con suerte el trayecto lo haría en más de media hora, sin tomar los tiempos de encontrar aparcamiento y encontrar la sala donde me atenderían y la hora de la cita era en 15 minutos. Intenté llamar por teléfono pero por supuesto las líneas daban continuamente ocupadas así que desistí de intentarlo y explicarme al llegar. Pensé que lo mejor que podía hacer era relajarme y así evitar que la tensión se me subiese por las nubes.
Efectivamente había atasco de entrada a la ciudad, aún así logré atravesarla con cierta fluidez y aparqué en el primer sitio que pude acomodar el coche sin hace demasiado caso a indicaciones de prohibición. Subí a la primera planta y pregunté a una chica tras un mostrador de entrada. En cuanto le di mi nombre preguntó a una enfermera que pasaba y resultó ser la que me llamaría a cita con el médico. Ya lo había hecho varias veces según dijo al oír mi nombre, le expliqué que venía de fuera de la ciudad y me había encontrado problemas de tráfico en la entrada. Me hizo pasar inmediatamente a una sala de espera parta ser atendido en cuanto saliese el paciente anterior.
Al entrar me causó buena impresión el doctor. Era joven y su trato desenvuelto y casual, sin esa rigidez y esa distancia más propia de facultativos de mayor edad en la sanidad española. Me invitó a sentarme mientras terminaba de cumplimentar el informe del paciente anterior.
Mientras tanto la enfermera puso sobre su mesa los informes que traía conmigo del electrocardiograma y resultado de análisis y él me dirigió unas rápidas preguntas mientras terminaba con el informe anterior. ¿Cómo me había sentido en este tiempo?, le fui comentando que la tensión era algo que no controlaba, me preguntó si había vuelto a sentir la opresión en el pecho o dolor intenso u contesté que no pero si las molestias que había notado. Le dio indicaciones a la enfermera para que me tomase la tensión mientras seguía con el informe de la otra paciente. Tenía 14 de máxima y 9.5 de mínima.
Cuando volví a la mesa con los resultados que le había pasado la enfermera me preguntó si había dejado de fumar mientras empezaba ahora a transcribir mi informe en el ordenador sin dirigirse a mí directamente, le contesté que había reducido el consumo pero que no lograba superarlo y aproveché para comentarle lo de algún programa de ayuda. Se dirigió a la enfermera indicándole que me informase sin apartar la vista de la pantalla del ordenador mientras continuaba rellenando campos con los datos de mi informe. Había en efecto un plan de ayuda pero las listas de espera para ser llamado eran de un año, me apuntó en ella sin embargo sin otra mención al caso.
Le comenté el problema que tenía en las piernas para poder caminar y no le dio importancia, simplemente me dijo que eso podía ser de origen muscular. Entonces le comenté que este problema lo arrastraba desde hacía años y me habían hecho un electromiograma que había dado normal por lo cual pensaba que podría estar relacionado con el aparato circulatorio y le expliqué los antecedentes de mi padre y el procedimiento que había sufrido. Simplemente no le dio importancia y me dijo que eso era otra cosa, sin contestar la pregunta ni dar ninguna explicación. Me preguntó si tenía sensación de cansancio y contesté que sí, pero sin poder discriminar en qué medida podía ser producido por la medicación o por la nueva situación dado que era algo que sufría desde hacía años como consecuencia de la medicación antiretroviral.
Cuando terminó de escribir en el ordenador vio el informe de la analítica que había llevado yo y preguntó qué era eso, cuando le contesté dijo que eso ya lo tenía él registrado en la historia, que no le hacía falta. Pensé entonces qué era lo que había trascrito si ya constaba en su historia. Dio a la tecla de imprimir y ahí salió su respuesta: Una hoja donde se repetían los datos del informe de alta describiendo la situación de entrada y un apunte de ajuste del tratamiento aumentando una nueva pastilla al tratamiento previamente prescrito. Mientras salían estos papeles dio indicaciones a la enfermera para solicitar cita para dentro de un año y adiós muy buenas eso fue todo. Ahí me quedé con las mismas dudas con las que había entrado, sin saber cómo interpretar la cordialidad que mostraba en las preguntas que me había hecho y la actitud de total indiferencia ante mis respuestas a las cuales no prestó atención en absoluto, sin saber cómo había sido la evolución en estos meses sin ninguna indicación de cómo actuar ante las subidas y bajadas de tensión diarias y sin ninguna ayuda para dejar de fumar que según lo escrito en el papel que me entregaba y en mayúsculas advertía: NO FUMAR.

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