sábado, 17 de noviembre de 2007

¿Quién teme a la muerte?


“¿Cómo puede temer la muerte quien no teme el haber nacido? Y quien teme el haber nacido ¿por qué teme la muerte?... ¿Qué razón halla el hombre mortal de temer lo que es? ¿De qué sirve temer lo que no se puede evitar? Fuerza es que quien teme la muerte tema la vida, porque toda la vida es muerte…
Grande es el desacierto de los hombres: cuando tienen salud, ni temen la muerte ni se acuerdan della; en perdiendo la salud y enfermando, temen la muerte, como si la salud propia no fuera enfermedad incurable, y no mirara á todos el forzoso que ni años cuenta ni se embaraza en grandezas ni desprecia humildades… No es la muerte cosa forastera; con nosotros nace y crece y vive…”

Francisco de Quevedo Villegas




Recordaba como años atrás, la simple idea de la pérdida de alguno de sus seres queridos más cercanos, aquellos que componían el núcleo familiar de sus padres y hermano, le provocaba una sensación de angustia inaguantable que no le dejaba respirar. Imaginaba tan terrible el dolor que se consideraba incapaz de soportar la sola idea de ello. Recordaba la primera vez que esa idea había pasado por su cabeza.
Fue tras la muerte de un empleado de su padre cuando contaba apenas unos cinco años. Habían ido al velatorio del difunto en su casa. Se vio, entre rezos, lloros, cuentos, tragos y canapés que los familiares y amigos del fallecido, completamente extraños para él, repetían sin cesar. Aquella experiencia hizo que los días posteriores se plantease por primera vez, el tema de la muerte.
Había llegado a la conclusión de que eso no le ocurriría jamás a él, él era inmortal. Cuando llegó a esta conclusión se planteó entonces que ocurriría con sus seres más queridos y terminó imaginándose un mundo en el que se encontraba rodeado únicamente por extraños a los que no conocía de nada. La posibilidad de que aquello llegase a ser real, produjo tal rechazo que no volvió a pensar en ello durante muchos años, y cuando volvió a ocurrir nuevamente, siempre terminaba apartando ese pensamiento, como una estrategia natural que todos utilizamos para sobrevivir al día a día, sin sobrecargarnos innecesariamente con problemas que no requieren una atención inmediata. Solucionando aquellos más cotidianos que requieren soluciones más sencillas, si es que a veces se les pueda llamar así.
Ahora desde la distancia que da el tiempo y tras las sucesivas pérdidas, hasta casi completar ese núcleo, este recuerdo llegaba incluso a dibujar una leve sonrisa en su rostro al acordarse de aquella persona que una vez fue, y en la que por momentos le resultaba difícil reconocerse pasados los años. Era una sonrisa que provocaba la imagen de incredulidad de aquella persona, incomprensiblemente extraña para él en este momento, acerca del dolor que sería capaz de soportar, su falta de confianza en la capacidad para superar ese dolor y seguir adelante y como el destino le había deparado la oportunidad de someterse a esa prueba.
Ahora, tres años después de la muerte de su madre. Pasadas las muertes de su padre y su sobrino mayor, que se había criado en la casa familiar tras el divorcio de sus padres. Con su hermano, como únicos sobrevivientes de aquel núcleo familiar y con el que, entre la distancia y las diferencias que mantenían en tantos aspectos, hacían que la relación fuese prácticamente nula. Esa relación no pasaba ahora de ser mucho más que una regular llamada de teléfono incómoda de vez en cuando, que tenía que aguantar más tiempo del deseado muchas veces y que en ocasiones terminaban bruscamente ante cualquier malentendido o diferencia que surgía en la conversación.
Con esas pérdidas vinieron otras más, las de los amigos de su niñez y juventud, compañeros de estudios… Al cambiar de país dejó atrás gran parte de su vida. También se perdieron parejas con las que vivió años de su vida y aquellos amigos que se llevó el sida antes de lo que había decidido llevárselo a él. Aquel mal sueño de la niñez había llegado a hacerse real.
Sin embargo, desde este momento de su vida, todo aquello dibujaba esa sonrisa que solo se puede llegar a formar en el rostro de alguien a quien todo eso, una vez vivido, no ha dejado afectado hasta el grado de haber llegado a impedir que tras esas pérdidas, una vez superados los duelos, hubiese podido formar nuevamente un núcleo en el que sustentaba sus problemas y sus alegrías cotidianas, con el que se sentía satisfecho y el que nunca hubiese llegado a imaginar en tantos aspectos, dadas sus circunstancias.
Es cierto que todas esas personas que lo rodeaban ahora no habían sido testigos de su pasado, se había liberado completamente de sus raíces, para bien y para mal. Era esto algo, que en ocasiones le resultaba difícil de llevar, le hacía sentirse desorientado e inseguro. Sin embargo, había intentado aprender a disfrutar también de los beneficios que esto podía suponer.

2 comentarios:

Almudena Lopez dijo...

Temo mi propia muerte, la muerte de mis seres queridos, la enfermedad de mis seres queridos, su ausencia, mi ausencia, temo muchas cosas, cada día, no lo puedo evitar, soy humana y en consecuencia frágil.
Intento ser consecuente con todo lo que considero justo y que para mí es importante, incluso sabiendo que eso es prácticamente imposible de lograr precisamente porque soy humana y tengo muchos defectos.

A golpes aprendí a aceptar la innegable evidencia de mi fragilidad, la de mis seres queridos y en consecuencia la de todo el mundo.

Para mí importan los momentos compartidos con las personas a las que quiero, independientemente de su duración en el tiempo.

Me doy cuenta de que no es fácil tener que lidiar con una enfermedad como la tuya, sé que es algo que requiere de una dedicación constante para estar bien, he visto esa parte dura pero también he visto la valentía y muchas otras cualidades humanas a reseñar. Y las personas que estamos cerca de nuestros amigos o familiares enfermos, muchas veces quizás no sabíamos muy bien como hacer las cosas,porque hay un territorio muy amplio de sentimientos ahí, suerte que a fuerza de años y sentires, hemos ido aprendiendo, es una cuestión de amor, no?

Muchos besos guapetón. Y gracias por ser tan majete :-)

Bluemoon dijo...

A veces, la fragilidad, como en la fábula del roble y el junco, nos puede confundir.Otras fortalezas menos aparentes pueden ayudarnos tras las tormentas de la vida.
Somos humanos, imperfectos y contradictorios, frágiles y efímeros.
Pero somos sensibles y flexibles, ahí se esconde nuestra mayor fortaleza.
El texto aún cuando pueda parecer un tanto melancólico, surge en un momento dulce y tranquilo.
Un beso