lunes, 5 de noviembre de 2007

La visita de Daniel y Harlene





Vuelvo por aquí después de un tiempo sin escribir. Quizás debiese haberme explicado y decir los motivos por los que estaría lejos de estas páginas, me justificaré diciendo que no domino los protocolos de este particular mundo y continúo…

Había esperado con expectación la llegada de D. y H. y también con cierto temor a no estar en buena forma suficiente para soportar el plan de viaje que tenían previsto en su visita a España.
Desde el infarto a principios de año no me he encontrado en buena forma, no he cumplido con las recomendaciones de caminar a diario, ni he dejado de fumar por completo, al menos no, mis pitillitos de la risa.

Habíamos hablado varias veces por teléfono y la idea era que se acercarían hasta Galicia, haríamos un recorrido hasta Portugal, de ahí a Barcelona una semana y luego Granada y Sevilla hasta primeros de Noviembre, a tiempo para celebrar con Esteban nuestro segundo aniversario, juntos. Veinticinco días en total recorriendo España de un lado para otro y con ansias de conocer sitios. Se me antojaba que a mitad de camino acabaría reventado lamentando haberme embarcado en este proyecto, incapaz de mantener el ritmo, quizás por eso también evité mencionar nada en este blog antes de empezar el viaje. Temía de alguna forma que desvelar mis miedos aumentase las posibilidades de que éstos se convirtiesen en realidad o que mis expectativas no se cumpliesen como las había construido en mi imaginación.

La primera semana por Galicia y Portugal estuvo bien, se me hizo tranquilo y relajado en la medida que la mayor parte del viaje lo hicimos en coche sin transportar las maletas de un lado para otro y sin caminar excesivamente. De todas formas, me sirvió como precalentamiento así como también fue una primera toma de contacto después de casi veintiséis años sin haber mantenido una comunicación mínimamente fluida con ellos en todo ese tiempo. Simplemente en las breves visitas, tres en total que les había hecho cada vez que regresaba a Venezuela y por escasos días. No temía que el tiempo o la distancia hubiesen roto nuestra amistad, pero aún así y con los acontecimientos que han ocurrido en estos años en el país, cabía la posibilidad que algo nos hubiese distanciado más allá de lo que me pudiese haber imaginado. Afortunadamente nada de esto parecía ser así.

Al llegar a Barcelona coincidimos con un problema en las obras del AVE (tren de alta velocidad) que nos obligó a perder unas dos horas moviéndonos de estación en estación, haciendo trasbordos alternativos de metro, arrastrando maletas por interminables pasillos y subiendo y bajando escaleras hasta el agotamiento. Todo esto después de una buena madrugada para estar a tiempo en el aeropuerto ya que habíamos reservado en el primer vuelo de la mañana para aprovechar ese día ya en la ciudad. Así fue que en uno de esos trasbordos me dejé olvidada la mochila de mano en la que había decidido llevar los medicamentos para evitar una posible perdida en el equipaje que había facturado. Empezaba bien el viaje, en un momento pensé en todas las posibilidades de lo que ocurriría a partir de ese momento: suspender todo y regresar inmediatamente a buscar la medicación a mi hospital de referencia, eso fue lo menos trágico.
Nada más llegar al apartamento hicimos la reclamación en objetos perdidos del metro y llamé a mi doctora para que me recomendase sobre qué podría hacer en esta situación. En objetos perdidos me contestaron que hasta el día siguiente no recibirían nada para su entrega y Fina, la enfermera de mi doctora me contestó que sin ningún problema me acercase hasta cualquier hospital y pidiese la medicación por el tiempo que tenía planeado de viaje. Suspiré aliviado al oír esto pues de pronto significaba que no tendría que suspender nada. Así que esperaría tranquilamente hasta el día siguiente para ver si aparecía la mochila, aunque no guardaba muchas esperanzas de ello.
Efectivamente al día siguiente la mochila no apareció, así que aprovechamos para acercarnos hasta el hospital Vall de Hebron a buscar los medicamentos y continuar luego a visitar el Parque Guell que quedaba cerca en el camino. D. y H. se quedaron asombrados, al igual que yo he de admitirlo, por la facilidad con la que conseguí que me diesen nuevamente las medicinas, no perdimos mucho más de una hora y ya estaba todo solucionado. Todo esto tomando en cuenta además el alto costo de los medicamentos. En segundo plano, quedaba la pena ahora de la pérdida de la maquina de fotos, de todas formas había pensado en cambiarla por una nueva y con esa idea intenté minimizar el sentimiento de pérdida.
La semana en Barcelona fue frenética. Caminamos la ciudad sin parar todos los días que estuvimos en ella: gran parte de La Diagonal, Travesera de las Corts, Plaza Cataluña; mirando todo tipo de tiendas, grandes y pequeñas, de artesanías a objetos de decoración o ropa y los magníficos edificios modernistas como posesos. Ramblas, El Rabal, Barrio Gótico, el Puerto, visitando cuantas atracciones turísticas se nos cruzaban por delante y nos apetecía ver o visitar: el acuario, Torre de Colón, Museo Picasso, La Pedrera, La Sagrada Familia, el Parque Guell y aguantando las colas de gente que se formaban en la mayor parte de los sitios, formadas por hordas infinitas de turistas venidos de todos los rincones del mundo.
Por momentos pensé que sería incapaz de aguantar el ritmo de toda esa locura, pero poco a poco, animado por la emoción de la visita a la ciudad que me encanta y por supuesto por el reencuentro con estos dos amigos con los que poco a poco íbamos descubriendo de nuevo que los lazos y las vivencias que nos unen no se romperán fácilmente nunca y que nos convierte en esa familia elegida que forma uno con determinados amigos o parejas; mis ánimos y mis fuerzas parecían mejorar día a día, dejándome llevar por la emoción de revisitar esos sitios y en la compañía que lo estaba haciendo.

Granada fue mágica, me encantó la ciudad vieja, el Albaicín y la Alambra, el apartamento que alquilamos en el barrio de Realejos, antiguo barrio judío de la ciudad. Aunque ya todos acumulábamos cierto cansancio, la belleza de los lugares que visitábamos nos alentaba a continuar, embobados con la visión de mil y un rincones de ensueño que parecían sacados de un cuento de las mil y una noches. Definitivamente es una ciudad para soñar con volver y vivir al menos una temporada en ella, sin importar que ese sueño se convierta en realidad, el sueño en sí es motivo suficiente para desear seguir viviendo. Todo esto ayudaba a que cada vez más fuésemos descubriéndonos lo que había ocurrido en nuestras vidas durante estos años, con más detalle e implicándonos más íntimamente en los comentarios.















Cuando llegamos a Sevilla, el cansancio hacía que a pesar de la monumentalidad de la ciudad, me apeteciese más descansar que visitar o conocer sitio alguno. Aún así nos dimos unos cuantos recorridos por la orilla del río al atardecer y por la isla mágica, donde estuvo la exposición del 92 que valieron la pena e hicieron honor a aquel dicho de que Sevilla tiene una luz especial…
Por otra parte se acercaba ya el momento del final del viaje, el final de aquella fantasía que cada uno, todos de manera diferente estábamos viviendo juntos como si estuviésemos viviendo una experiencia única que nos unía y nos llevaba otra vez más a lo que una vez fuimos. Por momentos me encontraba intentando evitar la nostalgia que ya empezaba a sentir al echarlos de menos una vez que todo esto hubiese acabado. También por otra parte sentía la necesidad de regresar a la tranquilidad y la rutina de mi vida diaria, de aprovechar estos ánimos renovados gracias al viaje para continuar con los buenos propósitos de recuperación física.
A estas horas seguramente ya estarán alojándose en algún hotel cercano al aeropuerto para continuar viaje mañana por la mañana hasta su casa. Atrás queda toda esa vorágine de imágenes y lugares grabados en la memoria, esas charlas hasta la madrugada con D. mientras él se bebía su botella de rigor y yo le acompañaba fumando unos canutos, como solíamos hacer en nuestros años de universidad, como si nada hubiese cambiado, aunque ambos sabíamos que aquello nunca volverá, pero satisfechos de comprobar que a pesar de los años y la distancia, ese sentimiento de amistad se había fortalecido nuevamente con esta visita.

2 comentarios:

Almudena Lopez dijo...

¿Cuantos días dice que se fue de vacaciones?
¡Desde luego!
¿no me trajo nada?
¿ni un visor de diapositivas? ¿nada?
Bueno, no hay problema.
¿que tiene que ver que no nos conozcamos?
¡a mí hay que traerme cositas siempre!
Me gustó mucho la fotografía del mimo visitando al señor roca, y lo que más me gustó es que junto con su regreso le acompañan un montón de aventuras que contar.
Pero lo que más me duele... ¿ni una colilla me guardó de los cigarritos de la risa?
Esto es un sinvivir!!

hector toscano dijo...

felicitaciones por el viaje!!!
lo siento mucho por la mochila, por suerte se soluciono todo bien.
sabés que en enero próximo estaré por algunos lugares de España y también pienso del cansancio que eso me va a porducir, pero voy a primar la alegría de estár en un país nuevo y tan lindo como se ven en las fotos.
un abrazo grande