domingo, 9 de marzo de 2008

Quebrada de Jaspe

Habíamos llegado ahí en un viaje de prospección organizado por el departamento de Ecología de la Universidad. Éramos en total 20 personas, con el tiempo justo para bajar el equipo, instalar campamento y pasar la noche. Al día siguiente continuaríamos viaje en dirección a Santa Elena de Uairén, última población antes de la frontera con Brasil.
De esas veinte personas, quince eran científicos en distintas disciplinas relacionadas con la Ecología: edafólogos, botánicos, entomólogos, zoólogos y ecólogos, dos técnicos y tres estudiantes entre los cuales estaba yo, que habíamos sido seleccionados con la intención de cumplir labores de curritos a cambio de la experiencia y los conocimientos que adquiriríamos de tan prestigiosos personajes.
Es un lugar mágico en el km 273, hoy día al parecer bastante concurrido y turístico pero no así en aquel entonces, a escasos metros de la carretera y en el que el río kakú-parú transcurre cayendo en cascada con una profundidad de apenas unos centímetros. Sobre un lecho liso de jaspe, una roca sedimentaria semipreciosa, mezcla de cuarzo cristalino y sílice amorfo de intenso color rojo y amarillo que da a las aguas ese color, brillaban al sol cegándonos con esos increíbles destellos. El nombre del mineral coincidía por casualidad con el segundo apellido de mi abuelo paterno, lo cual daba al lugar un encanto especial para mí, imaginando extrañas conexiones entre mis orígenes y ese remoto lugar.
A ninguno de esos renombrados científicos a nivel internacional, provenientes algunos de prestigiosas universidades americanas y entre los que se encontraba el famoso botánico Julian A. Steyermark, quien mostró durante todo el viaje una especial predilección por hacerme fotos contínuamente y mostrarme en una ocasión una extraña especie de Araceae acuática, única en el mundo conocida para la época y sin que el resto de los participantes en la excursión supiesen de esta primicia. A ninguno, repito, se les ocurrió pensar que dada la proximidad del río, cabría la posibilidad de vernos molestados por esos minúsculos mosquitos llamados “jejenes” que generalmente se suelen encontrar en estos ambientes. Alguien debió haber mencionado que nos encontrábamos a principios de enero, en medio de la estación de sequía y por lo tanto sería improbable que esto ocurriese, así que a pesar de las únicas advertencias de los más profanos, nosotros los estudiantes, la sugerencia de elegir otro lugar para el campamento fue desechada.
Lo cierto es que con la diligencia y coordinación que habíamos desarrollado en los días previos del viaje, terminamos de instalar las tiendas, darnos un baño, preparar la cena y celebrar una pequeña fiesta de sobremesa acompañada de alcohol, música a la guitarra y alguna otra sustancia que fue consumida más privadamente mientras me daba un baño de noche en el río, acostado en el agua y mirando un cielo con tantas estrellas como no había visto jamás.
A esto habría que sumar que, en previsión del ataque de los susodichos mosquitos, Tamara y yo nos habíamos tomado con la cena, algunas pastillas de antihistamínicos que habíamos llevado en nuestro botiquín personal.
La velada transcurrió animada, acompañada de risas y canciones alrededor del fuego hasta que se acabó el alcohol o la borrachera y el cansancio hicieron mella en nuestros cuerpos que ya acumulaban días con la misma rutina de viaje.
Poco a poco nos fuimos retirando a nuestras tiendas, las voces y las risas se fueron apagando y los sonidos naturales de la noche se fueron apropiando del lugar.
No sé cuánto tardó en empezar el ataque de los dichosos jejenes. Al principio, al menos en nuestra tienda, intentamos solucionar el problema aplicándonos diferentes lociones y pomadas repelentes que habíamos llevado. El resultado fue inútil. Después intentamos ahuyentarlos con el humo de los cigarrillos, fumando dentro de las tiendas, imposible. Se metían en los sacos de dormir y nos masacraban las piernas, la cara, los brazos, cualquier espacio de piel que quedase al descubierto era cebo de los implacables jejenes.
Así continuamos algún tiempo más hasta que las quejas empezaron a oírse provenientes del resto de tiendas en el campamento. Fuimos saliendo, primero los menos sufridos o aquellos que debido a esa especial atracción que parecen tener estos bichitos por determinados individuos, habían resultado más afectados y cuando la situación dentro de las tiendas se había hecho ya inaguantable para la mayoría.
Nos acercábamos al fuego, rascándonos y untando cualquier resquicio de piel que quedase al descubierto con más lociones y ungüentos. Terminamos intercambiando las distintas marcas que entre todos habíamos logrado reunir para, en un intento que ya sabíamos infructuoso de antemano, ver cuál podría dar mejor resultado de acuerdo a cada individuo y olor corporal característico.
No sé si en algún momento cesó el ataque o el cansancio nos venció, recuerdo haber oído llantos de desesperación en alguna tienda. Poco a poco, al igual que había empezado todo, la calma se adueñó del sitio.
A la mañana siguiente, con la resaca producida por el alcohol, las incomodidades y la falta de sueño, nos despertamos para seguir con la rutina de recogida de campamentos, preparar desayunos y continuar viaje tras un breve baño en la cascada.
No sé a causa de qué habrá ocurrido aquello, si fue por la mezcla de antihistamínicos con el alcohol o cualquier otra cosa de las que habíamos consumido la noche anterior. Tanto Tamara como yo teníamos la cara hinchada, deforme, y en mi caso con un ojo completamente cerrado por la hinchazón.
Me gustaría sino verme otra vez con la misma edad, al menos libre de algún visitante indeseable que no voy a nombrar ahora para volver a ese lugar, sin importarme el riesgo de volver a pasar una noche parecida, pero de la cual me pueda reír y disfrutar recordando, tantos años después.



2 comentarios:

Almudena Lopez dijo...

jajajaja!!
Ay, que me muerooo!!
Pues si que te gustan las fiestas rarítas a ti...
¿unos tíos con pinta de fresones irritaos y con un ojo chungo? ¿rodeando una hoguera? ¡y a saber con que ropas, si es que llevabais ropa!!
¡¡Que gente más rara!!
¿Y encima quieres repetir?
Eres carne de secta.
¿y dices que un científico famoso no dejaba de hacerte fotos?
Qué estarás insinuando...¡angelito!

Besos!!

Bluemoon dijo...

Jajajaja!
Te advertí que lo mío era muy fuerte, difícil sino imposible de solucionar...¡Y tú insistes, jajaja!
Lo que yo intenté insinuar no era desde luego que me enseñase la "araceae acuática"....