viernes, 22 de febrero de 2008

Los viejos amigos


Conocí a JC a través de unos conocidos comunes al poco tiempo de llegar a España. Por aquel entonces él era un jovencito de apenas 20 años con una mirada inocente y una sonrisa bonita, cuerpo de púber y rabo de macho. Llevaba una relación de pareja de varios años con A, un rubio guapazo y alto que me pareció también una buena persona nada más verlo, aunque ya se sabe que esto de las primeras impresiones suele dar luego, a largo plazo, resultados sorprendentes.
Me llamaba la atención que a pesar de su juventud mantuviese una relación de compromiso tan duradera y más cuando por aquellos años en España, con una transición todavía en trámites pues no estaba lejos el 23-F y una efervescencia en la gente por liberarse del yugo represivo de tantos años, al menos en el ambiente homosexual fue la impresión que yo recibí al llegar. La “actitud” más común en el colectivo gay era un poco aquello de “A follar, a follar que el mundo se va a acabar” y nadie quería compromisos demasiado serios que te atasen a nada o a nadie, por eso me llamó la atención JC, intuí una madurez y una personalidad que lo hacían diferente del resto y se ganó ya por esto mi afecto, aunque no creo que nunca se lo haya expresado del todo pero en las miradas que cruzábamos siempre creí ver un aprecio mutuo.
Nunca fuimos amigos íntimos ni nada por el estilo, durante un tiempo coincidíamos en grupos de amigos comunes. No sabría decir cuándo ni cómo, empezamos a salir de viaje juntos los fines de semana. Íbamos más que nada como “compañeros de caza” que suelo decir yo, a pesar de que JC y A continuaban en pareja.
En uno de esos viajes me presentaron a L. nacido en Guinea Ecuatorial de emigrantes españoles durante la colonia y regresados a España con la Independencia, era un buen tío pero no teníamos muchas cosas en común más que el atractivo sexual. Durante un tiempo, corto, continuamos las dos parejas con aquellos viajes cortos de fin de semana, a algún antro gay o a la playa, éramos jóvenes y cualquier excusa nos servía para divertirnos.
A pesar de las diferencias que pudiésemos tener entre sí aquella extraña pandilla de cuatro, eran más las afinidades que iban creciendo a medida que progresaba aquella relación, aunque tampoco nos unía más que un simple afán de búsqueda de diversión y vivir nuevas experiencias.
Todo fue bien hasta un día al poco tiempo de salir juntos, L me invitó a tomar el té con su madre, sentados a una mesa camilla mientras veíamos el magazín de la tarde en TV (¡ese era el plan…!). Me recibió vestido con una bata satinada, estampada en chillonas flores, de amplias hombreras y profundo escote que dejaba ver su pecho peludo, con unas zapatillas de tacón color azul celeste, ribeteadas con una boa de plumas a juego que supuse debían pertenecer a su madre. Aquella imagen fue en ese momento demasiado para mí, no su pluma, ni sus necesidades de travestirse, que me pillaban por otra parte completamente desprevenido, sino la represión con la que vivía aquello fuera del refugio de su casa, de tal forma que ni yo, su pareja y amigo, confidente de travesuras varias, tenía ni la menor idea de ello.
Quizás debido a mi juventud o a mi carácter, lo cierto es que esas contradicciones eran más de lo que podía procesar en aquel momento y decidí que hasta ahí llegaba esa relación, bastante tenía yo con nadar en mis propias profundidades como para adentrarme en estas otras sin botella de oxígeno. Con esa ruptura y también sin poder recordar ahora ni cómo ni cuándo, dejé de ver a JC.
Después de algunos años sin saber nada de él, coincidimos una tarde por casualidad en una galería del centro que acababan de inaugurar. Yo estaba ya con John en esa época y él iba acompañado por un chico del que recuerdo ahora sus dientes blanquísimos, un arquitecto venezolano que trabajaba para un estudio japonés como responsable de obras de un nuevo Museo para la ciudad. JC había roto con A en algún momento y estaba ahora con este chico que al parecer estaría unos años atendiendo distintos proyectos que tenía la firma para la que trabajaba aquí en España.
Se mostró interesado en compartir números de teléfono para acordar un encuentro y hacer salidas en pareja nuevamente. Nunca nos llamamos, por aquel entonces yo estaba demasiado centrado en mi relación con John y sus problemas con el alcohol, para él resultaba más fácil afrontar el problema aislándose y yo estuve de acuerdo en aceptarlo, error del que obtuve su aprendizaje años después cuando tras mi diagnóstico como seropositivo, rompimos la relación y me vi aislado y sin amigos.
Nuevamente me volví a encontrar con JC poco tiempo después de haber roto con John, coincidimos esta vez de “cruising” en un parque donde se puede ver la silueta de la ciudad al otro lado del mar desde la altura de los acantilados en que se encuentra. Había cambiado físicamente, se había transformado en ese arquetipo de moda surgido después del sida, de tío robusto y musculoso a base de anabolizantes. Yo caminaba todavía con la depre a cuestas por la ruptura después de tantos años de relación y en el momento en el que me sentía más débil y vulnerable en toda mi vida.
No había nadie en el parque así que paramos a cruzar unas palabras. Me sentía tan solo en aquellos momentos que sentí la necesidad de decirle que era seropositivo, esperando quizás encontrar ese apoyo del que carecía, pensé que siempre había tenido una buena idea de ese chico, habíamos compartido buenos momentos y el aprecio parecía ser mutuo. En el momento que me encontraba, era una buena forma de aceptar su anterior oferta e intentar retomar mi vida y reconstruirla de nuevo. Intenté decírselo con naturalidad, como algo casual y sin demasiada importancia. Esperaba que mi físico no demasiado demacrado por las circunstancias no le asustase y provocase ese rechazo que a veces de manera infundada, se teme tanto, pero que en aquella época era moneda más común de lo que pueda ser hoy. Abrió sus ojos asombrado, como si no pudiese creerse la noticia, fueron solamente unos segundos, los suficientes para que yo, preparado como estaba por lo que iba a decir y expectante ante su reacción, pudiese ver el miedo en su mirada. Con esa mirada todo quedó dicho, hablamos alguna que otra cosa sin importancia y seguimos cada cual nuestro camino. Esta vez no hubo ofertas para un nuevo encuentro.
Algún tiempo después, más repuesto yo, festejaba la noche de fin de año con L y U en un antro de moda, distinguí su cara de incredulidad y asombro entre la gente. Me observaba reír y bailar festejando el nuevo año,.Protegido entre la gente y la penumbra del fondo del local, en su mirada pude ver lo difícil que le resultaba entender la alegría y despreocupación con la que yo festejaba el nuevo año, al menos aparentemente, a pesar de mi enfermedad. Se quedó allí quieto, al fondo, oculto entre la gente mientras me observaba, con ojos de miedo y confusión.
Hace unos meses volví a encontrarme con él, como siempre por casualidad, nos cruzamos en una esquina del centro de la ciudad mientras cada uno se dirigía apresuradamente a resolver distintas gestiones. Esta vez pude ver una alegría sincera en su mirada, quizás por saberme bien después de tantos años, quizás el miedo haya pasado ya, quizás fue simplemente un efecto del día soleado que había en la ciudad y suele alegrar el ánimo de los viandantes. Esta vez me detuvo y abrazó con un efusivo beso, mirándome de arriba abajo y aparentemente complacido de lo que veían sus ojos. En este encuentro tampoco intercambiamos teléfonos, no acordamos un nuevo encuentro, pero yo volví a sentir que nunca habíamos dejado de ser amigos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tu caso con JC es curioso. Recuerdo a un amigo con quien viví una experiencia casi similar. Despues de andar juntos en grupo, este grupo se desintegro y en el transcruso de los años coincidía con alguno de ellos en diferentes ocasiones, pero de todos, solo con uno sentía una emoción inmensa al verlo y esta emoción era recíproca. Paso un tiempo más y en otra coincidencia decidimos hablar un poco de nosotros y resulto que siempre había estado interesado en mí, se atrevió a decirmelo ya que sabía que yo estaba sin novio, pero lastimosamente yo tenía que venir a España a la semana.

A lo que voy es, JC sin duda es un tipo con quien si te sientas a tomar una café o una cerveza, puede que sea aquello que has querido y por pitos o por flautas nos has podido tener y mira que tú estas permitiendo que se vaya.

Saludos

Bluemoon dijo...

Efectivamente a veces puede ocurrir que fueron amigos aquellos que podrían haber sido amantes y también que algunos amantes no debieran nunca haber sido más que amigos..jeje.
Por mi parte en este caso no hubo más que el interés de una amistad y de alguna forma, quizás un poco extraña, pero pienso que ha sido así.
Un saludo